viernes, 21 de abril de 2023

Perdida en Sudán del Sur

Porque buscar, sigo buscando, sobre todo respuestas a tantas preguntas. Quizás busco en sitios equivocados, que sólo me plantean más dudas. Sin embargo, a la vez estos sitios y sus gentes me afianzan las certezas que siempre he tenido. 

Después de Afganistán quería paz mental y física. Pero lo que surgió fue Sudán del Sur. Al menos, más cerca de casa. Llegué por primera vez en agosto de 2022, sin saber mucho de este joven país, aparte de que tenía la misma edad de mi hijo pequeño (ambos nacieron en 2011) y de sus indices de desarrollo humano (abajo del todo, el 191 de 191 países...). Me encontré un lugar en el que no hay casi de nada. De verdad. Una naturaleza apabullante,  personas altísimas, pero los mínimos de los mínimos en todo lo demás. Todo por construir, porque todo lo que había se destruyó a golpe de guerra. Y a mi me toca ver qué podemos ofrecer para ayudar a estas gentes a adaptarse a los efectos del cambio climático. Pues veamos, otro reto, a por él.

Profesionalmente, había una ventaja: tiene un gobierno oficialmente reconocido con el que se puede hablar (aaah esas de facto authorities talibanas), débil pero existente. Una de mis primeras preguntas a mi nueva jefa fue ¿se nos caerá? Arrastro mis traumas, que le voy a hacer. Pues puede que se caiga, es siempre una opción, pero es lo que hay. 

Por otro lado, me ha tocado mirar a la cara a la complejidad de una emergencia climática. Recordemos que el cambio climático es un "multiplicador" de desastres, y sus impactos van a depender de las condiciones de dónde caigan y de la capacidad de adaptación que tengan sus habitantes. Sudán del Sur siempre ha tenido inundaciones. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, son más intensas y duraderas - el agua no se va. Por ejemplo, en Bentiu, en el estado de Unity, las aguas del Nilo Blanco llevan desbordadas cuatro años. Cuatro años. Hay cientos de miles de desplazados allí (repito, cientos de miles) por inundaciones y por conflictos. Gente que ha tenido que huir dejando sus tierras y sus animales atrás y pasar a depender de la asistencia humanitaria. Uno de los desplazados allí, líder del Mankuai Village, me decía que sólo necesitarían nuestra asistencia hasta que las aguas retrocedieran (ains). Y eso a la vez que me contaba que ya se habían ahogado 17 personas allí intentando pescar a cuerpo, que las canoas cuestan caras (y en los campos de desplazados, señores, no hay ni dinero ni clases de natación). Y el que se mueve en el agua, lo hace entre serpientes marinas y cocodrilos (hablamos del Nilo Blanco, no lo olvidemos). Su comunidad sobrevive en un espacio limitado pegado a un gran dique de tierra que contiene las aguas.  



A la vez que me esfuerzo por ser práctica y buscar, dentro de nuestra capacidad limitada, alguna solucion que palie la situación de estas personas, mi sentido común, en petit comité, grita: !Saquémoslos de allí! y la respuesta más común de mis colegas es: ¿a dónde? las zonas secas más cercanas están controladas por grupos armados que no ofrecen seguridad. Así que, básicamente, seguimos manteniendo a estas personas con vida, a la espera de que las condiciones (físicas y políticas) mejoren (aunque no hay muchos visos de que así sea).

No todo es terrible. Hay historias buenas de ideas que funcionan y personas que lo agradecen y luchan cada día, como las plantaciones de arroz en zonas inundadas de Warrap State, que dan buenas cosechas y luz a un futuro mejor para las poblaciones de allí. 


Así que una de cal y otra de arena. Luchando cada día, un paso adelante, tres para atrás. Hay que mantener la calma, la fuerza y sobre todo, la motivación. Convencerse de que sirve de algo. Disfrutar - eso sí lo hago - de la oportunidad que me brinda esta organización de viajar a estos lugares remotos y conocer a personas increibles, que luchan contra elementos de verdad. Gritar y revolverse para después volver a meterse en el ordenador a escribir y a currar. 

Quizás no estoy tan perdida. Igual estaría peor en sitios que aparentan ser mejores, igual ahora sería yo la que no supiera adaptarse. Crucemos los dedos.







 

jueves, 6 de enero de 2022

Afganistán

Pues desde la última entrada (abril 2019) ha llovido... estaba a punto de empezar a trabajar para el Programa Mundial de Alimentos en Somalia - tremendo sitio que me disfruté, y donde me quedé con las ganas de hacer más - y de allí a Afganistán, donde apenas llegué nos sorprendió a todos el actualmente onmipresente COVID. Y entre viajes y cuarentenas, muchas cosas han pasado, entre otras que mi hijo mayor se ha hecho más alto que yo (¿o soy yo la que va para abajo?). 

El tiempo vuela, los días, semanas, meses, es que no los veo, se me escapan de las manos. El trabajo y su intensidad atrapan, y cuando quieres darte cuenta, ya no está allí, aunque eso sí, te deja unas cuantas canas para que sepas que estuvo. Estos casi dos años de ir y venir entre Afganistán y Kenia me han dejado muchas más cosas: gente estupenda que te cruzas, retos profesionales, retos personales, mil historias, mil problemas, mil dudas de todo. Igual un dias maduro de verdad y todo se me vuelve claro y diáfano, pero por ahora sigo buscando.

Afganistán es un lugar para abrir un blog sólo sobre él. Las montañas, las caras, los colores, las armas, los talibanes, los no talibanes, los burqas, las que hay debajo de los burqas, la sequía, la nieve, el esfuerzo, la resistencia y la resiliencia de estas personas que sólo han conocido un pais vapuleado por conflictos de todo tipo. Las semanas posteriores a la toma de Kabul por los talibanes (15 de agosto) fueron sin duda las peores de mi vida profesional. La angustia de saber que mis colegas estaban por allí, la evacuación, el aeropuerto, los colegas afganos, sus familias, los partners de las entidades gubernamentales (varios no localizables). Mi trabajo - no tan importante, obviamente - directamente se paró, un año de trabajo para, probablemente, nada (el Green Climate Fund sigue "on hold"). A reinventarse otra vez (los afganos, digo).

¿Merece la pena seguir luchando? Ellos siguen, nosotros seguimos. Pero admito que es el primer lugar del mundo donde me cuesta ver luz al final del túnel. Me hace ver a la raza humana pequeñita, humilde, y a la vez tremendamente fuerte y determinada. Todo son extremos. De lo mejor que he encontrado allí es, como suele pasarme, el equipo de trabajo. Gente que dedica su vida - porque cuando estás allí, es un no parar - para sacar las cosas adelante, para distribuir comida, llegar a los que dentro del desastre están peor, ayudar, ayudar, ayudar. ¿Sirve de algo a largo plazo? No lo sé, creo que no mucho. Siento que ponemos parches pero las causas de fondo nos superan. Sin embargo, la alternativa - ¿irse? - no es mucho mejor, son muchas las familias que precisan el apoyo temporal, hasta que pase esta nueva ola talibana (que ya quisiera el COVID). A seguir empujando, y que sea lo que Alá quiera.

Y a ver si soy capaz de volver por aquí antes de dos años, historias hay...

Besos a todos



viernes, 26 de abril de 2019

Está pasando/It is happening


Estaba pensando en la propuesta de un pacto global para el medio ambiente, y en si estamos en el momento adecuado para llegar a un acuerdo. Nuestra sociedad humana necesita tiempo para adoptar principios, costumbres, introducir cambios e introducirlos en la ley; también los gobiernos tardan en adoptar nuevas normas y más si deben consensuarse a nivel internacional. En un mundo ideal, se debería dar más tiempo al tiempo para que maduraran las nuevas ideas, y finalmente cuajaran en un texto vinculante global. 

Sin embargo, nuestro mundo y su situación dista mucho de ser ideal. Como bien dice Greta Thunberg – aludiendo a argumentos científicos - o espabilamos o no nos da tiempo (esa es mi traducción de lo que dice). Por lo cual nos encontramos ante un reto quizás nunca antes afrontado: dar la vuelta a nuestra forma de vivir (por lo tanto, a los principios en los que se asienta dicha forma de vida) en un tiempo récord. Es decir, ya. 

Yo creo que ya se está produciendo ese cambio en muchos ámbitos: basta pensar en las muchas empresas que integran como parte de su estructura la responsabilidad social corporativa, y toman medidas para reducir la contaminación; o en las variadas iniciativas de economía social que han surgido y siguen surgiendo; o cómo se están tratando los temas medioambientales, el reciclaje, etc en los currículos académicos de colegios y universidades. Cuando se aprobó la Agenda 2030 y los ODS, en mitad de mi idealismo, no llegué a imaginar que los objetivos fueran a calar tan ampliamente y a ser adoptados por sectores tan diversos. Quizás por la experiencia con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que eran más sectoriales. Pero está pasando. Es realmente una agenda global.

Además, cada vez son menos los que se niegan a aceptar lo que dice la ciencia que le pasa al planeta: que estamos propiciando un cambio climático inaudito con nuestra forma de vida. Sí, quedan y son poderosos, pero también son temporales; sí, estoy pensando en Trump. Y en que con su actitud radical está propiciando movimientos (en su contra) que son buenos.

En definitiva, el cambio de paradigma - social, económico, medioambiental - ya está pasando. A la velocidad del rayo, tanto que muchos políticos aún no se han percatado. Muchas más cosas tienen que pasar, pero el camino está marcado y basado tanto en argumentos científicos como éticos. Que no se nos olvide, la ética es fundamental en cualquier ecuación de sociedad que nos planteemos. Como también lo es plasmar esos principios en letra y papel y consagrarlos en un Pacto, global, vinculante, para todos los seres humanos (presentes y futuros) y no humanos, para proteger esta casa común que todos compartimos.

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I was thinking about the proposal of a Global Pact for the Environment, and if we are at the right moment to get an agreement. Our human society takes a long time to adopt principles, traditions, introducing changes and to translating them into law; governments also take time to adopt new rules, and even more if they have to be agreed at the international level. In an ideal world, we would need more time for new ideas to mature and crystallize into a global legally-binding text. 


Nevertheless, our world and its current situation is far from ideal. As Greta Thunberg says – alluding to scientific facts – we better hurry up or we’ll run short of time. So we find ourselves facing a challenge maybe never faced before: turn around our way of living (including the principles such way of living is based on) in a record time. Now. 

I see that change starting to happen in many fields; let’s think about the many companies that are integrating corporate social responsibility as integral part of their structure, taking also measures to reduce their pollution; the different initiatives of social economy arisen; or how are environmental issues integrated in school and universities’ curricula. When Agenda 2030 and its SDGs were approved, from the higher idealism I could not imagine their actual current reach, being adopted by many diverse sectors. Maybe because of the past experience with the MDGs, more sectorial. But it is happening. It is really a global agenda.

The number of climate deniers is declining, too: less people will not accept that we are promoting a climate change never seen before with our current way of living. Yes, there still are some of them and a few are powerful, but they are also temporary; yes, I am thinking of Trump, who, with such a radical attitude is promoting new movements (against his policies) that do good.

In a nutshell, the paradigm shift - social, economic, environmental – is already happening. At a lightning speed. So fast that many politicians still have not realized it. Many more things have to happen, but the way is paved, based both on scientific facts and on ethics. Let’s not forget about that. Ethics are key in any equation of society we may think of. As it is to embody such principles in words and paper and enshrine them into a Pact, global, binding, for all human beings (present and futures) and non-human, in order to protect this common house that we all share.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Segundo round sobre el Pacto Global para el Medio Ambiente

Ayer finalizó la segunda sesión de negociaciones sustantivas del proceso lanzado por al Asamblea General hacia un Pacto Global para el Medio Ambiente. Han sido tres días intensos, confusos, donde la claridad de algunos sobre la meta a alcanzar se mezclaba con las dudas sobre el proceso que se desarrollaba y sobre la necesidad de un instrumento. Debates amplios, muchos países, y co-chairs en ocasiones desbordados en la conducción de un debate que abarca múltiples posicionamientos.

Sin embargo, algo ha cambiado desde la primera sesión. Pequeños acercamientos entre países y grupos de países, más conexiones, quizá un mejor entendimiento de lo que se podría alcanzar jurídicamente. Un grupo de representantes de la sociedad civil/ONG/academia, muchos juristas, organizados y con contundentes argumentos que se hacían escuchar en el plenario y fuera de él. 

Si tuviera que señalar a los líderes/champions a favor del Pacto por aclamación popular dentro del plenario, tengo dos muy claros:

  • Marcello Cousillas, delegado de Uruguay, el "profesor" como afectuosamente se refiere a el la cochair, cargado de paciencia, tranquilidad, amabilidad y argumentos jurídicos, que nos explica a todos de la manera más didáctica las cuestiones que vamos atravesando (hasta aplausos arranca);
  • el delegado de Micronesia, estado insular en riesgo de desaparición por la subida del nivel del mar, que habla claro y apoya sin fisuras el Pacto y su reconocimiento del derecho humano al medio ambiente sano.

Como parte de la Unión Europea, también tengo que señalar desde el respeto y la admiración el trabajo de nuestros representantes de la Comisión, que hacen muestra de profesionalidad y determinación al poner de acuerdo a los 28 países que hablan en sus papeles de posicionamiento. Pas facile.

Y en el bando contrario, también hay líderes, quizás el más contundente los EEUU, escépticos, que ni se lo creen ni se lo quieren creer, y a los que el confuso proceso da alas.

Por regiones, el panorama a estas alturas sería algo así:

  • Desde Europa, aunque existen distintos posicionamientos, se apoya el proceso y se aceptan varios posibles resultados.
  • Desde América Latina apoyo importante también, destacando México, Uruguay y Costa Rica a la cabeza, y con Argentina reticente, pero dispuesta a negociar. Chile, Brasil y Venezuela no lo ven (por el momento).
  • En Norte América Canadá a favor, EEUU en contra.
  • La mayoría de los países africanos dispuestos a apoyar y a negociar.
  • Oceanía es también favorable, aunque Australia aún se muestre reservada.
  • Y en Asia encontramos una importante oposición (Japón, Rusia, Filipinas), aunque encontramos una China dialogante que no se cierra a distintas opciones.

Si os interesan las posiciones particulares de los países, y sus razones, las podéis encontrar aquí: https://www.unenvironment.org/events/conference/towards-global-pact-environment

La próxima cita es el 20 de mayo, aquí en Nairobi. Se negociará entonces sobre las recomendaciones de los co-chairs después de analizar todos los posicionamientos y sugerencias de los países. Y de ahí, lo que salga irá a la Asamblea General.

No sé cómo va a acabar todo esto, si se conseguirá algo relevante o no. Pero sólo el hecho de que la AGNU haya lanzado el proceso, y de que estemos todos los países dándole una pensada, es muy importante. Hasta histórico, diría yo. De "tremendamente idealista" calificaba un colega esta ambición. Sin embargo, yo ya creo que no lo es. Un Pacto como el que se propone es parte de una solución práctica a una situación mundial de emergencia, como dejaron bien claro los científicos (otra vez) en la presentación del informe GEO 6 la semana anterior (https://www.unenvironment.org/global-environment-outlook). Necesitamos un cambio de paradigma global. En línea con la Agenda 2030, con el Acuerdo de París de Cambio Climático. Seamos prácticos. Seamos idealistas.

miércoles, 30 de enero de 2019

Sobre pasiones y negociaciones

Yo creía que, tras el esfuerzo (mental, emocional, intelectual, logístico, económico...) realizado con el doctorado, mi carácter se iba a beneficiar. Iba a moderar la pasión, los impulsos, esa fuerza que a veces me sale dentro y que es difícil controlar. Como cuando estás en una charla/exposición/debate, y de repente alguien dice algo con lo que tú no estas de acuerdo, y notas que el corazón suena más fuerte, que te sube sangre a la cabeza, te revuelves en la silla, y los síntomas van in crescendo hasta que te levantas y dices lo que piensas. Pues eso. Que confiaba en que ser doctora me iba a relajar, a hacer más contenida, más sabia.

Pues no, mi gozo en un pozo. Estaba hace un par de semanas en las negociaciones que deberían de conducir a un Pacto Global para el Medio Ambiente. Como parte de España, toca seguir los debates no sólo en el Plenario de NNUU (con todos los países presentes), sino también en las reuniones de coordinación de la Unión Europea, donde se acuerda la postura común - tarea ardua y delicada, donde una coma o una palabra determinan el consenso de los 28 países. Y (oh, momentazo) empezamos a discutir sobre principios medioambientales, que si estaban acordados, que si este o aquel se podían considerar principios. Al principio, me esforcé por agarrarme a la silla, y parecer una profesional calmada. Pero hay cosas que no se pueden aguantar, my apologies. El derecho es el derecho, la ley la ley, los principios, los principios. Acabamos discutiendo acaloradamente, me emocioné, me dejé llevar. No es que me lo crea, es que - gracias a los años de tesis - estoy convencida, con argumentos jurídicos (y políticos). Lo que unido a la pasión es una bomba. La discusión fue de lo más interesante, fui feliz al constatar que hay más frikis como yo, que no sólo no se duermen en las reuniones sino que las siguen y las pelean. Vamos, que me lo pasé estupendamente. El sueño de todo doctorado: poder utilizar su tesis en la práctica. Y lo mejor de todo: me escuchaban, algunos incluso empezaban a considerar que igual sí había razones. Mi minigrano de arena a la causa. Y así toda una semana. La felicidad.

Queda mucho por hacer, por debatir, por convencer, por explicar. Pero vamos a llegar a ese Pacto, lo tengo claro, ahora o en unos años. No hay vuelta atrás. Los países que se apunten, eso que llevan ganado. Los que no, tendrán que recular y unirse a la tropa, aunque sea más tarde.

A por ellos, con razones (y con pasión).


martes, 18 de diciembre de 2018

Mujeres que inspiran

Hola a todos,

Hay una cosa que me ha gustado especialmente constatar mientras investigaba sobre protección medioambiental y derechos humanos: el rol destacado que las mujeres, científicas, políticas, de todo tipo, han desempeñado en estos temas. Pero hay, en mi opinión, cuatro especialmente destacables:

  • La primera sorpresa fue Rachel Carson (1907 - 1964). Esta señora, bióloga marina y escritora, denunció el uso de pesticidas por parte de su gobierno (EEUU), especialmente el famoso DDT. Carson pedirá el reconocimiento de un derecho humano al medio ambiente sano, primero en su libro Silent Spring (1962) y, más tarde, en su testimonio ante el Comité científico del presidente Kennedy sobre pesticidas. Carson se considera el detonante del movimiento ecologista moderno, habiendo llegado a ser comparada con Thoreau. Un buen ejemplo de interfaz entre ciencia y políticas. Pasen y vean (http://www.rachelcarson.org/). Qué importante es saber contar lo que sabes.
  • La segunda, Donella Meadows (1941 - 2001), era científica ambiental especializada en dinámica de sistemas. Fue la autora principal del estudio “Los límites al crecimiento” (The limits to growth, 1972), más conocido como el Informe Meadows o informe del Club de Roma (asociación creada en 1968 por diversas personalidades de la ciencia, la política y los negocios). El Informe señalaba con preocupación cómo la creciente población y las demandas de riqueza material conducirían a una mayor producción industrial, mayor contaminación y agotamiento de recursos más rápido, y propugnaba el crecimiento cero para los países desarrollados como respuesta a la situación de deterioro ambiental y escasez de recursos del planeta. Valiente, en plena década de crecimiento económico - y lo que vendría.
  • La tercera es Gro Harlem Brundtland (n. 1939), política noruega, autora del Informe Nuestro Futuro en Común, más conocido como Informe Brundtland. Basado en un estudio de cuatro años, propuso la famosa definición del desarrollo sostenible como el que “satisface las necesidades de la generación actual sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Y de ahí a la Cumbre de Rio en 1992.
  • Y mi último descubrimiento, Elinor Ostrom (1933 - 2012). De orígenes humildes (pobres), se empeñó en estudiar, destacó, y fue la primera mujer en recibir el premio Nobel de Economía (2009) por sus trabajos sobre los bienes comunes. Su libro "El gobierno de los bienes comunes" plantea cómo administrar mejor los recursos naturales (utilizados por muchos a la vez), rebatiendo el pesimismo imperante en autores anteriores. Chapeau.
Ha sido un gusto conocerlas, y comprobar la aportación enorme que han realizado a los esfuerzos de protección y gestión medioambiental, y de alerta sobre la tremenda situación de deterioro ambiental que vivimos. Me gusta pensar que somos parte del mismo equipo. 

¡Saludos!





viernes, 14 de diciembre de 2018

Doctora en Derecho


Hola de nuevo,

Hace algo más de un mes defendí mi tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid. Y tras cinco años de trabajo, sólo entonces entendí porqué se le llama defensa... mis ideas, la manera de investigar, los resultados, todo estuvo bajo ataque durante un par de horas. Sufrí, aunque intenté disimular y hacerme la fuerte. Peleé (desde el respeto) y defendí mis ideas (imagino que bien porque la nota final fue buena), que ya son como un trocito de mí después de tanto tiempo de pensarlas y repensarlas. Y me dí cuenta de lo difícil que es convencer a otros expertos - en mi Tribunal, todos juristas - sobre la pertinencia del debate y sobre la gran oportunidad que los derechos humanos pueden ser para protegernos nosotros y a nuestro medio ambiente.  

He pensado ir contando algunas de estas ideas aquí, en este blog. Y voy a empezar compartiendo el prefacio de mi tesis. Curiosamente estaba escrito mucho antes de la finalización de la misma, ya que refleja el proceso que me llevó a ella. La tesis no es más que uno de los resultados de muchos años de creer que sí se puede, si se quiere.  Ahí va.

Desde muy joven me interesaron las cuestiones de justicia social. Como niña y adolescente española en los ochenta, crecí en un país recién salido de una larga posguerra, con una constitución apenas estrenada y grandes esperanzas de cambio, social y económico. Mi país pasaba de ser receptor de ayuda internacional a ser donante, y quería equipararse a los países más adelantados. Recuerdo las distintas guerras, hambrunas y crisis internacionales de aquellos años, como algo lejano que entraba en mi casa a través de los medios de comunicación. Un día, viendo alguna de estas noticias, le dije a mi madre que yo quería, de mayor, defender los derechos humanos. Ella me miró y, asintiendo, me dijo que tenía que estudiar mucho.

A los 18 años tuve la suerte de conocer in situ la sede de Naciones Unidas en Nueva York. Y decidí que yo iba a trabajar allí, que ese era mi sitio. En los noventa me licencié en Derecho, esperando fuera una manera de llegar a mi ansiado fin. Cursé un máster en Derecho Internacional y Europeo, y mientras trabajaba en cooperación, otro en Economía Social y dirección de entidades sin ánimo de lucro. Estudié mucho, pero lo que más me marcó, sin duda alguna, fue trabajar para una pequeña ONG de desarrollo. Gracias a este trabajo, conocí la pobreza y la desigualdad de primera mano en Madagascar. Teresa, José Luis, Hanta, Noro, y tantos otros me enseñaron que otro mundo, más justo y más bueno, era posible. Que las utopías dejan de ser inalcanzables cuando hay voluntad y se ponen los medios. Que capacidad humana hay a raudales. Y que, además de querer, hay que saber cómo cambiar las cosas. Otra vez más, había que estudiar mucho.

Quizás por la firme fe que tenía en mis posibilidades (que aun no entiendo de dónde venía), mi fuerza de voluntad de entonces, o las ganas de alcanzar un sueño y aquello de “no tengo nada que perder”, la vida me ofreció la oportunidad que estaba esperando: unas prácticas en Nueva York. Se me hizo duro entrar en algunas reuniones del Consejo de Seguridad tras conocer la realidad de muchas personas en Madagascar. Digamos que seguía formándome, hay que tener todas las perspectivas. Por aquel entonces tenían lugar los preparativos para la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible, Rio+10, que me tocó seguir desde mi modesta posición.

Lloré de emoción el día que me concedieron un contrato “junior” con las Naciones Unidas, y más aún cuando recibí mi laissez-passer azul. Me fui a Filipinas con el Fondo de Población de la ONU. Y de allí a Angola, también con el FNUAP. En ambos países trabajé para defender el derecho a la salud de las mujeres y de los niños. De Angola pasé a Italia, a la città eterna, donde trabajé para defender el derecho a la alimentación, y alertar sobre los impactos que el cambio climático iba a acarrear sobre la seguridad alimentaria. Así me encontré, en palabras de mi admirada Mary Robinson, con el mayor reto de derechos humanos de nuestra era.

Decidí aprovechar mi estancia durante unos años en suelo patrio para seguir estudiando, buscar por fin las respuestas que buscaba, y me di cuenta, una vez más, de que cuanto más estudio más me queda por aprender. Además, tuve la oportunidad de trabajar muy de cerca en la configuración de la agenda de desarrollo 2030, que espero contribuya para dar ese gran paso adelante que necesitamos para mejorar tantas cosas. Y de la mezcla de ese estudio y ese trabajo nació esta tesis.

Actualmente en Nairobi (Kenia), sigo dispuesta a continuar el estudio, la investigación y la reflexión que precisa un cambio de paradigma, convencida de que dicho cambio debe pasar por el respeto a los derechos humanos y, quizás, los “derechos vitales”. Espero poder aportar mi granito de arena a su puesta en práctica en mi trabajo diario. Con miles de dudas (inevitables) y de preguntas sobre el sentido de este trabajo, pero sin dejar de creer en él.