Porque buscar, sigo buscando, sobre todo respuestas a tantas preguntas. Quizás busco en sitios equivocados, que sólo me plantean más dudas. Sin embargo, a la vez estos sitios y sus gentes me afianzan las certezas que siempre he tenido.
Después de Afganistán quería paz mental y física. Pero lo que surgió fue Sudán del Sur. Al menos, más cerca de casa. Llegué por primera vez en agosto de 2022, sin saber mucho de este joven país, aparte de que tenía la misma edad de mi hijo pequeño (ambos nacieron en 2011) y de sus indices de desarrollo humano (abajo del todo, el 191 de 191 países...). Me encontré un lugar en el que no hay casi de nada. De verdad. Una naturaleza apabullante, personas altísimas, pero los mínimos de los mínimos en todo lo demás. Todo por construir, porque todo lo que había se destruyó a golpe de guerra. Y a mi me toca ver qué podemos ofrecer para ayudar a estas gentes a adaptarse a los efectos del cambio climático. Pues veamos, otro reto, a por él.
Profesionalmente, había una ventaja: tiene un gobierno oficialmente reconocido con el que se puede hablar (aaah esas de facto authorities talibanas), débil pero existente. Una de mis primeras preguntas a mi nueva jefa fue ¿se nos caerá? Arrastro mis traumas, que le voy a hacer. Pues puede que se caiga, es siempre una opción, pero es lo que hay.
Por otro lado, me ha tocado mirar a la cara a la complejidad de una emergencia climática. Recordemos que el cambio climático es un "multiplicador" de desastres, y sus impactos van a depender de las condiciones de dónde caigan y de la capacidad de adaptación que tengan sus habitantes. Sudán del Sur siempre ha tenido inundaciones. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, son más intensas y duraderas - el agua no se va. Por ejemplo, en Bentiu, en el estado de Unity, las aguas del Nilo Blanco llevan desbordadas cuatro años. Cuatro años. Hay cientos de miles de desplazados allí (repito, cientos de miles) por inundaciones y por conflictos. Gente que ha tenido que huir dejando sus tierras y sus animales atrás y pasar a depender de la asistencia humanitaria. Uno de los desplazados allí, líder del Mankuai Village, me decía que sólo necesitarían nuestra asistencia hasta que las aguas retrocedieran (ains). Y eso a la vez que me contaba que ya se habían ahogado 17 personas allí intentando pescar a cuerpo, que las canoas cuestan caras (y en los campos de desplazados, señores, no hay ni dinero ni clases de natación). Y el que se mueve en el agua, lo hace entre serpientes marinas y cocodrilos (hablamos del Nilo Blanco, no lo olvidemos). Su comunidad sobrevive en un espacio limitado pegado a un gran dique de tierra que contiene las aguas.
A la vez que me esfuerzo por ser práctica y buscar, dentro de nuestra capacidad limitada, alguna solucion que palie la situación de estas personas, mi sentido común, en petit comité, grita: !Saquémoslos de allí! y la respuesta más común de mis colegas es: ¿a dónde? las zonas secas más cercanas están controladas por grupos armados que no ofrecen seguridad. Así que, básicamente, seguimos manteniendo a estas personas con vida, a la espera de que las condiciones (físicas y políticas) mejoren (aunque no hay muchos visos de que así sea).
No todo es terrible. Hay historias buenas de ideas que funcionan y personas que lo agradecen y luchan cada día, como las plantaciones de arroz en zonas inundadas de Warrap State, que dan buenas cosechas y luz a un futuro mejor para las poblaciones de allí.
Así que una de cal y otra de arena. Luchando cada día, un paso adelante, tres para atrás. Hay que mantener la calma, la fuerza y sobre todo, la motivación. Convencerse de que sirve de algo. Disfrutar - eso sí lo hago - de la oportunidad que me brinda esta organización de viajar a estos lugares remotos y conocer a personas increibles, que luchan contra elementos de verdad. Gritar y revolverse para después volver a meterse en el ordenador a escribir y a currar.
Quizás no estoy tan perdida. Igual estaría peor en sitios que aparentan ser mejores, igual ahora sería yo la que no supiera adaptarse. Crucemos los dedos.